Existe una amarga ironía, pues me encuentro luchando para que se me permita comunicarme, porque en definitiva mi voz es una herramienta fundamental en mi trabajo, que muchas veces se ve obstaculizado por la ataxia.
En una presentación pública propuse algunas adaptaciones, que para mí son cruciales, con el propósito de asegurar que mi mensaje llegue de manera clara y efectiva, leyendo a mi propio ritmo de forma pausada para articular mejor o mediante un breve video con mi voz en off off asegurando que mi mensaje se transmitiera sin dificultades inherentes al habla en vivo. Todas mis propuestas fueron rechazadas porque no me ajusto a las directrices, este tipo de respuesta trae consigo una oleada de frustración e incomprensión. Siento como una y otra vez se desafía mi condición por una norma inflexible o reglas ciegas a la realidad de quienes vivimos con discapacidades.
Sepan que se trata de una necesidad real en la que busco participar y contribuir, algo tan básico como sumarme a una conversación.
Constantemente se habla de igualdad, pero... Dónde queda la equidad cuando se ignoran las necesidades de una participación plena?
Para mí leer un texto o valerme de un video con mi voz no son privilegios, son herramientas que nivelan el campo de juego, a fin de superar una barrera impuesta por mi condición. La falta de empatía es profundamente desalentadora.
Comparto mi experiencia, no solo para expresar mi frustración, sino también como un llamado de atención. Necesitamos urgentemente fomentar una cultura de mayor empatía y flexibilidad, donde las adaptaciones razonables no sean vistas como una excepción, sino como un gran paso hacia la inclusión.
He aprendido el valor de la paciencia ante la mirada insensata e incomprensiva de los demás, a respirar y tomarme mi tiempo, lo que realmente importa no es la perfección de las palabras sino la sinceridad del mensaje que llevamos dentro.
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