Mi batalla con la sca y el bus accesible.
Vivir con una condición progresiva como la mía implica una constante adaptación al entorno, por eso, cuando hace ya algunos años se incorporaron los buses súper bajos sentí un inmenso alivio, el diseño casi al nivel de las veredas eran la evidencia de que la inclusión había llegado por fin al transporte público. La intención era impecable y universal.
La realidad, hoy, se convirtió en una de las mayores frustraciones de la vida urbana. La accesibilidad de estos buses se distorsionó de varias maneras, las rampas que ya no funcionan o los choferes que no les interesa en absoluto, entonces, este gran elemento se desvanece, pero otro punto importante es que un bus de estas características debe acercarse lo más posible al cordón de la vereda, esto ya no sucede, el conductor deja medio metro o más de distancia, dicha situación se transforma en un riesgo totalmente evitable.
Es justo reconocer que ser chofer es un trabajo estresante pero ser una persona con una discapacidad también lo es y me refiero a la ansiedad de no saber si vas a poder subir o la frustración de ver que el sistema diseñado para ayudarte no funciona como debería por negligencia. Podemos quejarnos, si, pero nadie nos atiende o la queja se diluye en la burocracia. En la actualidad no se educa en el protocolo, en absoluto.
Y si cambiamos las reglas del juego?
Mi propuesta es simple, dejemos de enfocar nuestra energía en la queja y comencemos a premiar la excelencia, puede que la solución sea el reconocimiento y el incentivo a aquellos choferes que cumplen con las normas y que entienden que la accesibilidad es un derecho y no una molestia.
Los buses bajos existen por una razón, lo que necesitamos es invertir en humanidad, en la voluntad de usarlos correctamente. Dejemos de quejarnos de la negligencia, les aseguro que es una pérdida total de tiemp,o pues lo he intentado innumerable cantidad de veces, y comencemos a celebrar la excelencia.

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